Valeria, Susana, Carmen,…Iñaki, Daniel, Juan Carlos…podrían ser simples nombres, pero detrás de cada uno de ellos hay una historia que contar.
Cada día en la consulta de reproducción asistida atendemos a
pacientes cuyo objetivo cuando entran por primera vez es conseguir un punto de
apoyo para cumplir su sueño, ser padres, cruzan la puerta sonrientes,
ilusionados y algo nerviosos.
Durante esta primera consulta se les explica todo, se toman
sus datos y se indaga en una serie de parámetros relacionados con cada miembro
de la pareja y sus familias, que pueden proporcionarnos una valiosa información
para su caso.
Posteriormente se realiza una ecografía vaginal a la mujer
que conjuntamente con la edad de la misma y los posibles informes que pueda
traer a la consulta, ayudarán al ginecólogo a explicarles los pasos a seguir.
Una vez llegados a este punto cuando el médico les comenta
las opciones posibles de tratamiento sus rostros comienzan a sufrir una
metamorfosis, los músculos de la cara se tensan, la sonrisa se desvanece, los
ojos comienzan a hacerse más pequeños, porque en ese preciso momento comienzan
a dimensionar que no va a ser un proceso fácil, más bien un camino duro,
complejo, dónde las tasas de éxito en general no son muy elevadas y justo en
ese instante, la labor del profesional médico es vital.
Personalmente creo que no necesitan un psicólogo cómo tal,
pero si el refuerzo positivo de su propio médico, esas palabras justas,
precisas, cargadas de confianza, seguridad, que les proporcionen
dónde apoyarse. Y esa también es una labor añadida del equipo de reproducción
asistida, tanto médicos, enfermeras, cómo biólogos, realizar un acompañamiento
estrecho que les guie hacia su sueño, conseguir el ansiado embarazo.